Y seguimos por la isla. Ahora en la capi, chaval!
Pues en un bareto de estos que aparentemente ni fú ni fá, ni chicha ni limoná, nos sentamos a comer con más hambre que el perro de un ciego.
Se llamaba Índico Mallorca, en el centro comercial más grande de la ciudad. Puta mierda centro comercial que no tenías más que un Sabeco, ni una sola cadena de comida rápida.
Tenían bocadillos y hamburguesas en la carta, pero yo veía que todos los de alrededor se estaban comiendo unas cazuelitas. Y como soy una envidiosa de cojones, eso que me pedí.
Resulta que lo llaman el variadito. Tamaño grande o tamaño pequeño. Me pedí el pequeño, por no arriesgar. Total, que la gracia consiste en que te ponen lo que les sale de los cojones de todas las tapas que tienen en la barra.
¡Flipa colega! Nada más pedirlo, ya me temía lo peor...
Pues resultó que estaba bien bueno. Llevaba carne con salsa de pimienticos, unos champis con cebollita pochada, unas salchichas picantes, una croqueta de extraña textura, al estar sumergida en los caldos varios, unas albóndigas con tomate riquisisimas; y coronando una raba de calamar y un pegote de ensaladilla rusa muy cojonuda.
Total, que parece un invento de abuela, para sacarse todas las sobras de la cocina. Pero no, no, que está bien cojonudo, y yo, mujer de buen saque, casi no podía acabarmelo, y por sólo 3 euris el pequeño.
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