¡Los hijos de puta de la sidrería, qué mierda a precio de oro, nos vendieron!
Desesperadas, y con muchísima hambre, entramos en un bar de estos en los que los pies se te quedan pegados al suelo. En cualquier ocasión esto me enamoraría, pero la tiparraca borde que nos atendió, me cortó totalmente el rollo.
La sidra estaba encima de la mesa a los dos minutos, pero la comida tardó más de media hora.
Esas mini patatas 5 euros. El pincho 2. Menos mal que olvidaron sacar la mitad de platos, o tendría que haber vendido 4 o 5 órganos para pagar la cuenta.
Lo único bueno la sidra, y el simpa que hicimos.
No volveré, no. ¡Agur!